Discurso pronunciado por el Lcdo. R. Efrén Bernier el 18 de febrero de 2002 en Barranquitas en el 104° aniversario del natalicio de Luis Muñoz Marín.


En uno de sus primeros artículos periodísticos firmado entonces como José Luis Muñoz, decía el prócer al concluir su escrito:

"Borinquen antes, y después, Borinquen."

Así consignó desde los 17 años su vocación "patriótica" y el inicio de su propia cruzada de justicia social.

¿QUIÉN FUE MUÑOZ MARIN?

José Luis Alberto Muñoz Marín era el unigénito del más connotado político puertorriqueño, Don Luis Muñoz Rivera. Convivió con éste mientras residió en el distrito federal de Washington en el cargo de Comisionado Residente de Puerto Rico. Allí aprendió inglés que habló a la perfección reteniendo el español vernáculo. También podía leer y hablar francés. Captó el ambiente capitalino y los métodos del gobierno federal. Pasó algún tiempo en Nueva York donde tuvo una Juventud turbulenta y en contacto con toda clase de gentes incluyendo la elite literaria y la plebe de los barrios.

Cuando regresó a Puerto Rico y se interesó por la política, no lo hizo desde la atalaya del hijo del prócer, sino en defensa de los obreros en los movimientos socialistas. Fue senador por el Partido Liberal Puertorriqueño y conoció la política y los políticos puertorriqueños. Volvió a Estados Unidos y luego regresó para hacerse cargo de su pueblo y dirigirlo hacia una nueva aurora a través del camino de la justicia social. Para eso creó un instrumento nuevo que llamó Partido Popular Democrático bajo el emblema de Pan, Tierra y Libertad y la efigie del campesino boricua. Tenía a su haber una gran mundología, bagaje literario, dominio de los idiomas fundamentales, gran poder persuasivo, profundo sentido del humor, vocación sincera por el servicio público, honestidad a toda prueba, un tremendo deseo de ser útil a su pueblo, carácter recio pero bondadoso, comprensión de la naturaleza humana, conocimiento de los problemas de su país y sus raíces, y otras grandes dotes de humanista. Todo eso convergió en una figura carismática y adorable.

Luis Muñoz Marín se convirtió en el líder de su pueblo, derrotando electoralmente a un establecimiento político compuesto por una férrea coalición de empresarios, latifundistas, y muchos profesionales a sus órdenes, conjuntamente con un liderato obrero atento a sus intereses personales. Cautivó al electorado, especialmente a los campesinos y las mujeres, prometiendo cambios reales en el sistema. Su promesa era distinta. No pedía el voto para llegar al poder, sino que pedía se le otorgara en préstamo para demostrar que era posible la obra de redención que anunciaba. Repetía que cada votante debía llevar una tablita donde anotara los logros y fallas de su gobierno para saber si le extendía el préstamo o lo sacaba del gobierno. Les pidió dignidad sobreponiéndose a la práctica de la venta del voto, enseñando que lo que vendían era su bienestar y el porvenir de sus hijos. Con el grito de vergüenza contra dinero, consiguió una sorpresiva mayoría. Desde la presidencia del Senado y con la colaboración de los liberales gobernadores Guy V. Swope y Rexford Guy TugweIl, logró la aprobación de legislación de largo alcance que comenzó una gran revolución social.

Más importante que todo lo logrado en el plano físico, se logró, como principal beneficio, devolverle al pueblo la esperanza al insuflarle orgullo propio. Se puso manos a la obra a una gran reivindicación de la dignidad y la confianza, dando nuevos alientos a la población que se había resignado a su triste destino.

Habiendo demostrado que era posible realizar mejoras sustanciales al modo de vivir dentro de los poderes recortados de la colonia, el pueblo le dio respaldo absoluto y los comicios le dieron los grandes copos que permitieron la acción de un pueblo unido bajo un líder único.

Como la división subsistía en los aspectos ideológicos de la relación política con los Estados Unidos, procuró y obtuvo unas concesiones de la metrópolis que permitieron que los puertorriqueños eligieran a su gobernador. Luego desarrolló una nueva relación que bajo el nombre de Estado Libre Asociado le permitió a Puerto Rico redactar su propia Constitución.

Convertido en el primer gobernador electo por el pueblo puertorriqueño, se rodeó de técnicos jóvenes, instauró un gobierno de absoluta honradez que mereció la confianza total de los electores, y transformó el aparato burocrático en una moderna y eficiente maquinaria de procurar el bienestar general.

Simultáneamente se mejoró la educación que se enseñó en el idioma vernáculo y sentimental que es el español. Se creó el Instituto de Cultura para fortalecer nuestras tradiciones, rescatar nuestra historia y producir la autoestima. Las artes fueron estimuladas. El deporte fue ayudado con un programa de un parque en cada pueblo.

Puerto Rico se convirtió bajo su liderato en un país moderno y desarrollado. No había lugar al que una persona mirara sin encontrar un atisbo de su obra que alcanzó toda la circunferencia insular. Borinquen pasó a ser la isla del encanto. Su pueblo se llenó de esperanzas. El porvenir se amplió hasta el máximo de su imaginación creadora. Un pueblo bueno se levantó desde los cordones de sus zapatos y se aupó jalda arriba hasta constituirse en la tierra del Edén, la que al cantar Gautier llamó la perla de los mares y dejó de lamentarse de sus pesares para luchar como pueblo por su total reivindicación.

Al día siguiente del triunfo electoral de 1940, Don Luis expresó que el pueblo había hecho valer su voluntad por sobre todos los estratagemas, amenazas, triquiñuelas, fraudes, engaños, confusiones y soborno de los que creían que eran más inteligentes que el pueblo de Puerto Rico. Señaló que esa era la lección que Puerto Rico se había enseñado a sí mismo. Más que una elección fue una gran lección. El maestro se aparejaba con el líder.

Muñoz nos hizo ascender de la miseria a la esperanza. Una vez se tuvo la autoestima y la esperanza, se podía intuir la obra; una vez comenzada la obra se podía otear el futuro; una vez en el futuro, un pueblo había renacido.

Don Luis Muñoz Marín había logrado instalar la democracia en Puerto Rico al enseñar a los votantes a usar su conciencia en el uso de la franquicia electoral, haciendo de su voto libre el mejor arma para defender sus intereses. Estaba satisfecho de haber logrado un buen grado de educación política que aseguraría el ejercicio de la democracia. Pero eso no era todo.

Los partidos políticos eran muy fuertes y ellos eran los que organizaban para el pueblo los programas y su ejecución. Hasta qué punto ellos eran a su vez democráticos era asunto importante. Si los partidos no eran democráticos internamente, el voto libre en las elecciones generales quedaba seriamente afectado.

El 25 de febrero de 1965, en una carta que le escribió a su amigo José Figueres, de Costa Rica, se lo expresó así:

"La gente ejercita bien su derecho al voto y mal su derecho a la postulación de candidatos. O sea, el proceso democrático en el electorado general es bueno, en las organizaciones internas de los partidos no es bueno."

Esta situación se debe al caciquismo, el régimen de unas tribus que tiene sus caciques individuales que actúan a tono con los intereses tribales.

Los partidos políticos en Puerto Rico tienen una visión mesiánica que es hasta cierto punto incompatible con la democracia. Se ven a sí mismos como iglesias que reúnen a sus creyentes para constituir un pueblo de por sí, que es el escogido, único, y verdadero. Entienden que ellos son el único camino para lograr los fines colectivos y nacionales. Los demás son grupos espúreos que se oponen a la redención que ellos representan. Ese concepto de instrumento único tiende a dividir al pueblo porque lo parte en agrupaciones hostiles. No reconoce a los demás como portadores de su propia verdad. Eso porque ellos postulan que la verdad es la que ellos sostienen. El criterio de que los demás están equivocados y que ellos poseen el monopolio de la verdad, da margen al establecimiento de unos organismos monolíticos que condenan a los adversarios como apóstatas y enemigos del país mientras se ahoga la disidencia interna.

Como entienden que ellos son el único mecanismo sincero y verdadero, los otros son mensajeros del mal. Por esto la pugna toma ribetes de guerra santa y los personalismos y la demagogia son sus vítores de campana y la razón de ser de su encomienda gubernamental de llegar al poder. Allí tratan de excluir a los prosélitos de los partidos de minoría. Creen que éstos son parte de otras tribus en desgracia que deben ser excluidos de la administración de la cosa publica porque la dañan con sus ideas sacrílegas. Ahí comienzan los despidos o la suplantación de los funcionarios, buenos o no, que no comulgan con su ideario. Al partir al pueblo en forma tan miserable, niegan la esencia de la democracia que es la participación de todos en la brega común.

Los líderes de estos partidos se ven como sumos sacerdotes que tienen que ser seguidos ciegamente porque son los que conocen la liturgia del poder y hacen la verdadera y única interpretación de la manera de conseguir el bienestar general. A veces son más francos y ni siquiera hablan del bienestar general sino del bienestar de su partido. De ahí los jugosos contratos que enriquecen a algunos a expensas de los dineros que son de todos, para que a la larga sean los grandes contribuyentes a las arcas de su iglesia.

Poseídos del poder que ejercen según su limitada visión, el interés general y la nación no cuentan para nada. Los que no estén de acuerdo con sus desmanes son protestantes eternos a los que hay que ignorar o peor aún, destruir. Por eso entienden que es legítimo utilizar fondos públicos para financiar sus campañas. Razonan que ellos representan el genuino sentir y la bondad última frente a los líderes de otros partidos que son elementos peligrosos para la sociedad. Postulan la teoría de la iglesia única y que los otros son disidentes indeseables. Es fácil entender que lo que hacen es partir al pueblo en tribus políticas que apropiadamente se llaman partidos. Sus actitudes tribalistas evitan la solidaridad y el concurso de voluntades.

Todos le hacen un flaco servicio al país y llevan a Puerto Rico por mal camino. Si ellos son el único camino, nos llevan por el camino equivocado. Me sospecho que ellos mismos no saben a donde van porque tienen puestas grandes gríngolas que sólo les permiten ver sus pasiones. Son instrumentos que no le sirven al país sino a ellos mismos.

Parece que falta mucho para que evitemos esta triste situación. Porque son iguales en su ineptitud. Demasiado iguales en el daño que le hacen a la verdadera causa del pueblo de Puerto Rico.

Para estos patriarcas, los que no militamos en partido alguno, somos llamados despectivamente realengos, seres sospechosos y hasta peligrosos, porque no podemos ser un blanco directo. Al no aspirar al poder, se nos ve como individualistas y derrotistas. Pero los realengos tienen el balance del poder. Sin embargo seguimos eligiendo menos malos en vez de buenos y el círculo vicioso continúa. Cada cuatro años expulsamos del poder a los incumbentes fracasados, pero ante la ausencia de alternativas, volvemos a elegir a los que no son. También hemos sido incapaces de detener este círculo vicioso que se enrosca en el cuello de la democracia y la ahoga.

¿Qué hacer entonces? ¿Crear instrumentos nuevos? ¿Serán realmente nuevos como se han titulado algunos de los iguales?

Durante su incumbencia como gobernante, Don Luis Muñoz Marín logró para Puerto Rico los avances más dramáticos que registra la historia de pueblo alguno. El adelanto se obtuvo en todos los órdenes.

El realismo empleado logró una nueva civilización. El cambio fue revolucionario. Pero como es natural, tuvo sus efectos indeseables. Eso era de esperarse, pero se suponía se corrigiera lo que no funcionaba. Los sucesores de Muñoz se aprovecharon de lo bueno, pero no atacaron ni eliminaron los desperdicios del proceso. Así, en lo económico se dependió demasiado del capital norteamericano, y prácticamente se entregó el país a las multinacionales, a los bonistas y a 936 empresarios codiciosos, con resultados catastróficos en muchos órdenes, pero especialmente en el ambiente. También afectó la iniciativa del capital local.

Se intentó una nueva relación política que eliminara el colonialismo y se empezó con una tímida relación de pseudo-pacto que prometía desarrollarse hasta convertirse en una asociación verdadera. A pesar de las advertencias de don Luis de que si aquélla relación que con optimismo llamó en español Estado Libre Asociado poniéndole el sombrero antes que los zapatos, no crecía, se moría. Dejaron que se estancara y se convirtió en adefesio. Irónicamente pretendieron defenderlo en su nombre. De él, que advirtió que debía desarrollarse o seguir el destino momificante de los cuerpos conservados artificialmente.

El anzuelo de las ayudas federales se mordió hasta atragantar a los glotones. Para recibir dinero de Estados Unidos se aprobaron leyes contrarias al deseo de los puertorriqueños. Diz que para no desaprovechar unos dineros disponibles, nuestras vetustas y hermosas plazas pueblerinas fueron convertidas en explanadas de cemento, algunas con el emplaste de una cancha acústica que en la más de las veces es una extravagancia que como espantajo releva un despropósito mayúsculo. En desmoralizante adefagio se tragan más fondos federales con una mayoría de la población saludable recibiendo ayudas para comida, creando una estrata cuponera a los que no se les exige ni siquiera obra pública. Mientras, nos invaden los extranjeros que vienen a hacer los trabajos que los vagos dependientes no quieren realizar. La nueva casta de holgazán juega al dominó y no busca empleo porque perdería la limosna. Esa perezosa estrata social va siendo, si no es, mayoría. La haraganería es una virtud del listo que conoce los recovecos de todas las dádivas que reclama y recibe en menoscabo de su dignidad personal. Preferir el ocio improductivo es un estíptico razonamiento de antiético egoísmo. A esa falta de decoro que hace de la subvención una meta y que acepta caridad que no necesita, acucionada por el falso concepto de que es una propina de la ciudadanía que hace imperativo un aguinaldo bochornoso y desnaturalizante, se le atesora como un "derecho" de los que viven bajo la colonia.

El chiquiteo de lo nuestro, la constante prédica de que lo fuereño es superior, la repetición de que somos una islita sin recursos, la falta de motivación y orgullo por lo boricua y la condena de la exaltación de nuestros valores so pena de ser considerado subversivo y colocado en una lista de seres tarados con deméritos sociales, y la general apatía del sistema educativo de enseñar la vida ilustre de puertorriqueños insignes, nos ha colocado individual y colectivamente en un plano de inferioridad puertorriqueña.

Resulta doloroso que todo eso haya ocurrido bajo el palio del instrumento creado por Muñoz Marín como herramienta para que el pueblo puertorriqueño se hiciera su propia justicia. Es lastimoso que aquel movimiento de un pueblo noble y sufrido que se aupó agarrándose los cabetes de sus zapatos, haya descendido al foso de la irrespetuosidad, delincuencia, vagancia e indignidad, cuando está tan cerca en la historia reciente el líder y maestro que forjó un Puerto Rico tan grande y digno de ser admirado. Pero es más penoso que los que van camino de hacer desaparecer a aquella extraordinaria Borinquen, "la tierra del edén", la de la "noble hidalguía de la Madre España y el fiero cantío del indio bravío", "el bello jardín de América el ornato, siendo el jardín América del mundo", "la perla de los mares" y la patria que nos otorgó Dios, lo hayan propiciado utilizando como icón la venerable figura del único puertorriqueño que trazó un camino de redención que acompañó con seguridad económica creando logros reales como el orgullo propio, marcando un trillo en la ruta de nuestro destino. Sólo aspiro a que la historia, aunque condene alguno de sus métodos, no lo vincule con el genocidio.

Sus herederos han lucido políticamente usando su obra, pero no han respetado su enseñanza, han utilizado su retrato, pero no su imagen, y han usado su voz pero no su mensaje.

El porvenir tiene ante sí la horrenda perspectiva de que se pierda la identidad puertorriqueña, o que en la imitación pierda gran parte de sus bondades.

"El estatus, la educación, la economía, tienen que tomar más en cuenta el interés cultural, la serenidad en hondura de los puertorriqueños, la persona de Puerto Rico, el genio de su ser, de su manera de cambiar dentro de su esencia."

Así pensaba Muñoz, quien además rechazaba que la "ciudadanía americana" requiere dejar de ser puertorriqueño -y más lejos iba al decir que:

"Uno no puede mentir su identificación cultural por razones políticas. La buena ciudadanía no puede requerirlo, porque sería entonces mala ciudadanía".

Este concepto de que la "ciudadanía americana" sería algo malo para Puerto Rico si requiere la zambullida cultural, es la más fuerte expresión del prócer sobre el tema. El decía sentirse cómodo como ciudadano americano porque seguía siendo puertorriqueño. De exigírsele dejar de serlo, ya no se sentiría bien como ciudadano americano.

Hay quienes por desconocimiento, dudan de la defensa de la puertorriqueñidad por Don Luis Muñoz Marín. La confusión viene de su excesiva defensa de la unión con los Estados Unidos y el ataque a la independencia. El énfasis de la ciudadanía americana como vínculo común puso a algunos a dudar, por entender que era una rendición a la nación centroamericana del norte. Veamos lo que sobre eso dijo Don Luis. Lo hizo en el discurso que pronunció ante la Asamblea General de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, el 29 de diciembre de 1953. Fue tan contundente que su brevedad asombra. Así lo dijo:

"Nuestra lealtad es de hombres libres. ¡Y es lealtad de hombres libres puertorriqueños!... ¡No es lealtad de coloniales subordinados! Aunque es lealtad de iguales, tampoco lo es de similares. Es lealtad de iguales que son diferentes, más genuina que la colonia, no menos sincera que la de similares."

Donde no se entiende bien el pensamiento de Luis Muñoz Marín sobre el estado político, es su defensa al Estado Libre Asociado que es claramente colonial. Pero es que nadie pretendió entonces (ahora hay populares que sí) que ese fuera un convenio final. Era sólo el inicio de un proceso que culminaría con la estadidad asociada, la autonomía con soberanía, la república asociada o cualquiera otro nombre que se le dé a una relación digna que salvaguarde la personalidad del socio invitado, o la independencia. Fueron varias las veces que, mientras rechazaba la indiferencia a la república, señalaba que no quería estar al frente de personas que le temieran a la libertad. Pero donde más claro expuso la tesis de que lo ocurrido en el 1952 que dio margen a la creación el Estado Libre Asociado, fue nada más que el comienzo de un proceso, fue al dar su mensaje ante la Asamblea Legislativa el 17 de febrero de 1954:

"Que quede esto claro: no vamos a hacer nada nosotros para que el actual status político no sea permanente. Una manera de asegurar que no ha de ser permanente es dejándolo estático, sin crecer, sin ahondarse, sin mejorarse. Como está ahora el arreglo, dentro de la asociación entre Estados Unidos y Puerto Rico, puede decirse que es bueno en relación con el momento en que se hizo... pero que no tendrá bondad permanente si el pueblo de Puerto Rico vale lo que creo que vale, a menos que crezca. De ahí la importancia de que, mientras más se quiera la permanencia, más se reconozca el deber de pensar y propiciar el crecimiento."

En este estado de nuestra civilización los políticos parecen destinados a ser corruptos. Tal vez sea que sólo los pilletes interesan una brega que ofrece tantas oportunidades de bien y que sin embargo se trocan en ocasiones de prevaricación. Tal vez sea que el ambiente social general está putrefacto y que la escoria que llega a la política es la parte proporcional de la podredumbre moral que nos rodea. Tal vez sea que el poder marea y malea. Es la ostentación del cargo lo que produce el cambio. ¡Pero no puede ser! ¡La virtud no es tan volátil! Tal vez sea que el pueblo, padeciendo el mismo deterioro, no ejerce control y tolera hasta lo que le hace daño. Tal vez sea una generación perdida en el destino de nuestro país. Pero el nivel de cogioquería es alarmante y puede llegar a anegar nuestra sociedad al punto de ablandar nuestros espíritus y contaminar nuestras almas. Desde los empresarios hasta el vividor de ayudas directas han perdido la observación de su propósito y sólo les importa el momento inmediato. No cuenta la reputación, la buena fama ni el prestigio personal y familiar. El goce del bienestar fugaz ciega los refugios éticos y se lanzan al lodo de la canonjía, a la ventajería del contrato, o al subsidio del ocio, sin tomar en consideración su propia conciencia que algún día le remorderá.

Esta situación trae inexorablemente el recuerdo de Luis Muñoz Marín. También a la necesidad imperiosa de rescatarlo, especialmente de los que se proclaman sus herederos. Hace falta otra revolución como la de los años 40. Es imprescindible frenar la malversación de fondos, de energía y de decencia. Es mandatorio que el pueblo tome las riendas, castigue a sus detractores, vuelva por sus fueros y vindique sus bondades y virtudes. Pero para eso hace falta un cambio que no se ve en lontananza. Se advierten por todos lados los que pretenden gobernar con las encuestas complaciendo los apetitos sin redimir a los electores. Tienen que llegar, y pronto, unos educadores que prediquen la moral como elemento puro y no como consecuencia del poder.

No hay que ganar elecciones para comenzar a educar. Los triunfos electorales vendrán oportunamente con el despertar de conciencias, pero no se puede saltar del borde del precipicio sin la preparación adecuada. Educación cívica es la consigna. No es la cosecha electorera que produce votos pero no probidad ni entendimiento. Puerto Rico tiene que hacerse una imagen de sí mismo que tenga la estima de su corazón y lanzarse a hacer realidad esa imagen. Eso se logra con educación, no con poder. El poder es "sueño vano, hosco gusano" y sólo se puede resolver y romper el nudo gordiano del círculo vicioso de la búsqueda del poder, con educación ciudadana. La autonomía individual debe ser puesta al servicio del todo, de la comunidad, del estado, de la patria. Eso ayudará a los individuos. Porque sólo el bienestar general produce felicidad. No puede haber justicia si no es para todos. La justicia para algunos, es injusticia para los demás. La injusticia que padecen algunos, es la injusticia del todo.

Hacen falta hombres y mujeres dedicados a la dirección, líderes de verdad, dispuestos a señalar el camino y no meramente a seguir el camino de la masa indocta e inculta, que barajea sus cupones y hace poker de vagancia. Si hay que romper los naipes, debe hacerse, de manera que las tres B signifiquen bondad, belleza y balance. Hay que apretarse el cinturón y auparse hasta alcanzar las cimas que podrían volver a escalarse desde las sínsoras, por las jaldas y hasta la cumbre de una nueva aurora.

Pero lo cierto es que la corrupción nos arropa. Se ha considerado por muchos como parte de la política pública de] gobierno. Se usa para mantener el poder mediante propaganda que satura los medios y atiborra el entendimiento. Para allegar los fondos que permitan anegar de mentiras los medios de comunicación, se necesita dinero, mucho dinero. Para obtenerlo, se trafica con los contratos gubernamentales, se hacen asignaciones que tienen el fin malévolo de que se destinen al partido, y peor aún, la contribución política es parte del costo de toda obra pública. El deterioro moral consiguiente es inevitable. El lodo está en todas partes y todos incluye la cúpula. Es horroroso.

Se pensará que eso tiene remedio en una justicia efectiva. Nonines. Como la corrupción es un proyecto estatal, no se procesa a los malvados que saquean el erario. Cualquier acción punitiva está reservada para los disidentes, ya sean de la sociedad civil, del liderato interno o de los medios de comunicación. El discrimen en la justicia criminal es patente. Queda pues, el recurso de las elecciones. Pero tampoco.

En una ocasión se advirtió al país de lo que estaba pasando. Hasta varios libros se publicaron documentando la denuncia. Pero contando con la ineptitud de la oposición política, los facinerosos volvieron a triunfar. El poder judicial, saturado de nombramientos políticos es inefectivo y aún en las altas esferas se comporta como un tonto útil. El otro poder se enriquece con sueldos y dietas desmedidas que son refrendados electoralmente. El pueblo ha aprobado la corrupción.

La tradición de honradez gubernamental que estableció Luis Muñoz Marín se fue a pique.

Ya Muñoz Marín lo había previsto y por eso, es su mensaje a la Asamblea Legislativa de 1953 dijo:

"La honradez del gobierno es norma arraigada, aunque no nos debe pasar desapercibida la debilidad de que esto se deriva más de la cultura moral de los que desempeñan el gobierno que del interés de los ciudadanos en que se castigue la traición a su confianza.

"Para mantener la buena tradición no basta con que los funcionarios de una época dada resulten ser honrados, ni con que la opinión pública clame en contra gobiernos cuando no lo son. Ambas cosas son necesarias; la actitud de honradez en los funcionarios y la militancia de- la opinión pública en demandar sanciones para los que amenacen resquebrajar la costumbre de integridad del estado.

El insulto a los que protestan, el endilgarle el epíteto de "chiquitos" terroristas ecológicos a los que denuncian y las sanciones para ellos utilizando el aparato contributivo, es rutinario.

La conciencia moralizadora de Don Luis lo llevó a escribirle a don Moisés Carmona Monge, de Carolina, el 29 de agosto de 1963, algo que debiera llevarse a toda la población, especialmente aquellos que con sus votos han sancionado la pocavergüenza:

"Algunos dirigen Y otros respaldan; pero si los que respaldan no entienden bien Y no dan todo su corazón a los que entienden bien, no sería posible ninguna obra grande en este pueblo.

Por si fuera poco, y para demostrar la trascendencia de Muñoz Marín, veamos lo que escribió en la Historia del Partido Popular, que parece escrito para hoy:

En un ambiente en que el miedo y el soborno son medios de triunfo, los de mayor jaibería y recursos más variados en organizar el miedo y ensanchar el radio de acción del soborno, resultan ser los líderes de mayor éxito y trepan a las cumbres del relumbrón. Un Pueblo que tolera tal ambiente por mucho tiempo quedaría plenamente degenerado para toda acción digna de un pueblo y de una democracia.

También:

Organizar una campaña es una cosa, dirigir una obra es otra.

En su diario puede leerse:

"Gobernar desde las tribunas y desde los comités partidistas no es la mejor manera de vigorizar la democracia.

En la carta consejo que le escribió a Rafael Hernández Colón el 25 de noviembre de 1971 le dijo:

"No se debe confundir el buen gobierno con tener dinero a chorros paratrampas de publicidad costosa... la dignidad del entendimiento requiere que se rechace esa publicidad.

También que no hay que combatir el dinero con el dinero. Le recordó la consigna de 1940 de vergüenza contra dinero y le aconsejó que "contra mucho más dinero, mucha más vergüenza".

Ante la Convención Constituyente dijo el 20 de diciembre de 1951:

...creo que no se puede engañar a un pueblo, y que si se engaña. eso no es democracia.

Pero lo más importante por su contenido aleccionador fue lo que dijo en su "Discurso de la Victoria el 16 de noviembre de 1940; Muñoz aleccionaba en tono esperanzador que:

"El espíritu de tribu política... hacía que las personas sensatas y normalmente razonables creyeran que era más importante seguir creyendo mentiras [siempre que las dijera su partido], que conocer la verdad cuando la verdad la decía un partido que no había sido el de ellos. Estas cosas, tan contrarias a toda civilización y a todo progreso, creo que han sido destruidas como resultado de las elecciones que acaban de pasar. ¡Así sea para bien de Puerto Rico, porque no puede haber progreso ni civilización ascendente donde los hombres le tienen miedo a la verdad -venga de donde venga!

Siempre había pensado que Luis Muñoz Marín le dio demasiado énfasis a la "ciudadanía americana" y veía esa debilidad o vicio como causante de tantos enredos psicológicos de los puertorriqueños. Esa exagerada idealización creó en el pueblo un fetiche, un ídolo a ser admirado, un icono a ser adorado, sin siquiera pensar en su significado y sin preguntarse si lo es de verdad. Pensé que el repetido concepto de la "ciudadanía americana" como algo grandioso había contribuido a la falta de orgullo nacional que permea en muchos puertorriqueños y creaba una apreciación hiperbólica de una condición inexistente.

El estudio de los textos me han convencido de que esa, mi impresión, era incorrecta. Para empezar, él mismo lo expresó de manera clara al dirigirse a la Asamblea Constituyente M Estado Libre Asociado en su sesión de clausura. Dijo allí:

"La ciudadanía, compañeros, no es un dios. La ciudadanía no es dios superior a nuestra condición, sino que es un contenido inminente de nuestra naturaleza cívica como hombres libres.

¿Por qué entonces, haberla erigido en algo divino? En primer lugar, razones de estrategia electoral parece que le dictaron la necesidad de quitar el miedo a los que eran asustados por la letanía de que Don Luis estaba dando pasos para traer la independencia por la cocina. Era una manera de asegurar el balance entre ser parte de] sistema federal norteamericano y sentirse puertorriqueño. Por eso se sintió además obligado a explicar que "si los republicanos no insistieran en su enfermiza prédica artificial de que hay que proclamarse ciudadanos americanos a todas manos y en toda ocasión, los puertorriqueños tendrían que reaccionar en sentido contrario y se establecería lo que yo considero natural en el caso especial y específico de Puerto Rico, que es que el puertorriqueño, sabiendo ser puertorriqueño, si se va familiarizando con su ciudadanía americana, sin negarla y sin proclamarla a todas horas, sintiéndose satisfecho con ella, pero no sintiéndose que sin ella sería un pobre infeliz, sujeto a todos los vicios sociales y políticos que puedan conocerse". Por eso dijo en una ocasión que sentirse americano es bueno, pero que disfrazarse de americano no lo es.

Pensó que hay que armonizar la lealtad a la ciudadanía con la lealtad a la patria y en ese sentido Puerto Rico es la patria a la que se debe ser leal aún siendo ciudadanos americanos. Pensaba que "nosotros no somos imitación de americanos... sino [que] somos ciudadanos americanos, creadores puertorriqueños, orgullosos de ser puertorriqueños y orgullosos de ser ciudadanos americanos; creadores de nuevas formas de federalismo2. Su criterio era que 3la ciudadanía y orgullo de ella no es una cosa de puntos y comas y de leguleyismos jurídicos o pseudojurídicos.2 es una cuestión de cómo uno se siente en espíritu de acuerdo con lo que uno ha hecho con la ciudadanía".

Dijo Don Luis al hablar de] concepto de ciudadanos de segunda clase:

Yo me siento orgulloso de ser puertorriqueño; parte del ser de un pueblo que ha sabido enfrentarse a la adversidad con valor, a la pobreza extrema con energía creadora Y valor inventivo: al colonialismo con imaginación...

¡De segunda clase nosotros!

¡De segunda clase el pueblo que ha hecho y sigue haciendo estas cosas!

¡No amigos, no!

Los que así piensan, los que así humillan su orgullo, si acaso, dan muestras de ser...

¡Pensadores de segunda clase!

Había dicho en otra ocasión que eso de la ciudadanía de segunda clase es, sencillamente, un truco Psicológico. Opinó que ser de primera o segunda clase es una idea feudal y añadió que uno es la clase de ciudadano que se siente, porque para ser ciudadano de segunda clase hay que sentirse de segunda clase.

Muñoz fue crítico de la situación de los puertorriqueños y sostuvo que:

"La ciudadanía americana nos obliga a estar dispuestos a morir por lo que ella representa en la guerra, pero no nos debe o puede obligar a morir por razones de legislación económica que resulte buena para Estados Unidos en general, pero que resulte mortal para la vida de nuestro pueblo de Puerto Rico."

Por otro lado, a pesar de la ciudadanía americana de que hablaba, no dejó de seguir pensando en puertorriqueño:

Nos tenemos que considerar unos ciudadanos de Estados Unidos que no queremos asimilarnos a los Estados Unidos inertemente, sino que queremos contribuirle originalidad, creatividad, nuevas formas de civilización."

Fue más lejos para afirmar que la ciudadanía americana es respetable, pero que también lo es la dignidad humana. Por eso, creerse digno sólo por ser americano es coger la ciudadanía de mingo para ocultar la falta de respeto a sí mismo.

En el mensaje que pronunció ante la Asamblea Legislativa en 1955 dijo.

Si Yo fuera únicamente ciudadano de los Estados Unidos, sentiría, como tal, lealtad inconmovible a sus principios. Si yo fuera únicamente ciudadano de Puerto Rico, me sentiría igualmente obligado a los principios de libertad y dignidad humanos. Así de idénticos e inseparables son los sentimientos que para nosotros simbolizan esas ciudadanías. Si no tenemos virtud de lealtad para la una, dificilmente la tendremos en verdad para la otra.

Termino con un último señalamiento.

La tendencia de los gobernantes M último cuño es enfrentarse a las críticas que se le hacen justificando lo actuado, defendiéndose de lo mal hecho, pero sin aceptar error u omisión. No aceptan los señalamientos que se les hacen y como resorte automático reclaman que se trata de un ataque político. No son capaces de agradecer a aquellos que les llaman la atención, ni de reconocer que el quejoso les hace un favor al indicarle una falla impermisible.

Esa actitud defensiva mezclada con un ataque, contrasta mucho con el señalamiento que hizo Luis Muñoz Marín el 7 de junio de 1948 cuando buscaba su elección como Gobernador, al efecto de que:

"Cuando la crítica que se dirige al gobierno es verdad, no hay que defenderse de ella, sino que lo que hay que hacer es esforzarse por corregir el error que se señala.

Lo mismo pensaba en 1963, cuando dictó:

"No creo que la posición del gobierno debe ser la de defenderse de las acusaciones que se le hacen, sino de... examinar esas acusaciones cuidadosamente, admitir cuando tenga razón y dar los pasos para corregir lo que merezca y necesite corrección.

Esa es la única forma en que debe reaccionar un servidor público. Si existe algo malo, hay que arreglarlo de manera franca y rápida. La actitud defensiva y de ataques al que critica al gobierno, acusa falta de humildad y además la carencia de dotes que son necesarias para cualquier funcionario. En lugar de excusas, lo que hace falta es acción correctiva.

Entendiendo la función gubernamental correctamente, lo que procede es la corrección sin más explicaciones que actuar de inmediato. Cualquier otra cosa es no entender lo que es el servicio público. Para lograr ese entendimiento dijo Don Luis en la misma ocasión:

"El gobierno no es nuestra causa. El gobierno es un poderoso instrumento de nuestra causa. Estar en el poder no es nuestra causa. El poder es la manera básica de seguir dándole realidad a nuestra causa. Nuestra causa es el pueblo mismo. Nuestra causa es el pueblo mismo en su brega con su presente y su porvenir.

Esa es la mejor síntesis de lo que es el servicio público. No se puede expresar mejor el significado de haber recibido el privilegio de servirle al país.

Es evidente que si el propósito M servidor público es servir, el conocer las fallas debe ser propósito principal, porque de otra manera no puede superarlas. La reacción deberá ser, para el propio beneficio del gobierno, de agradecimiento por la ayuda que se le presta en la gestión gubernamental.

El pueblo es el mandante. Es la razón de ser del gobierno que es sólo su agente. El gobierno debe servirle bien, con ánimo de alcanzar la excelencia. No es sólo una manera de superar a cualquier otro gobierno, sino de superarse ellos mismos para alcanzar la máxima efectividad de los servicios. No es competencia entre partidos políticos sino la oportunidad de realizar el más elevado acto patriótico, que es servirle a ese pueblo para el que trabaja. Por eso en su mensaje a la Asamblea Legislativa el 23 de febrero de 1949, el Gobernador Muñoz Marín dijo:

"Este pueblo lo que necesita no es un gobierno que sea menos malo que otro. Lo que necesita, y con la elocuencia de su acción demuestra merecer, es un gobierno que sea un buen gobierno. No espera la perfección, que es imposible a la calidad humana, pero sí espera la dedicación"

No se debe aspirar al servicio público si no hay vocación de servicio. El aceptar un cargo gubernamental es un compromiso de observar la actitud correcta en todo momento para lograr el cometido de servicio.

Volvamos a Muñoz Marín.

A riesgo de convertirme en ojalatero, exclamo:

¡Ojalá vengan otras elecciones donde el sol amanezca quemando vagos, derritiendo cadenas y con la decencia como escudo del pueblo puertorriqueño!

Eso le debemos a don Luis Muñoz Marín:

L M M

eran las siglas con las que los titulares achicaban el texto.

El buen puertorriqueño entendía esas siglas como:

L M M

Lo Más Mejor


Muchas Gracias.

Biografía . Discursos . Audiovisuales . Libros . Fundación . Actividades . Archivo . Jardines . Para Niños
Galería de Fotos de Don Luis Muñoz Marín . Exhibiciones
Wallpapers . Tienda . Miembros .
Boletín Mumarino
Página Anterior: Discursos . Página Principal